Yo nací en un pueblo de la costa, la mar para mí es prioritaria, tan necesaria como el aire que respiro, si he estado separado de ella en alguna ocasión me ha invadido la sensación de que me faltaba algo que no se explicar y cuando estoy a su lado, no puedo quitar la vista del horizonte, ni de las olas, siempre iguales y siempre diferentes, siendo las mismas pero distintas a cada instante. A su lado somos tan poco y también por ella conseguimos ser tanto.
Al estar en su orilla, rompiéndose las olas en mis pies, fijándome en el volar de las aves, solo se me ocurren ideas extravagantes, sacadas mas o menos de alguna escena de novela, desde el recuerdo me dictan ideas, rechazadas inmediatamente y sustituidas por otras nuevas que también rechazo. En realidad desconocía las consecuencias y no podía concebir con un mínimo de acierto, cual sería mi conducta si pudiera volar como ellas.
Me salió de no se que fondo del pensamiento algo que había oído o que había leído seguramente en alguno de los libros en los últimos meses. Ellas eran unos seres libres y tenían derecho a la vida pero yo también, fue una idea que pasó por mi mente como un relámpago, sin detenerse, sin hacer mella en los celos que con esfuerzo disimulaba, celos por no ser como ella.
La idea de volar, no se apartó de mi mente, me apremiaba cada vez con mas insistencia, tanto que se convirtió en una obsesión.
Un día tuve un sueño que me produjo mucha felicidad, soñé que volaba, que era una gaviota y me encontraba en lo alto del cielo, veía a mis compañeras de vuelo cruzarse en mi camino, esquivar mi trayectoria a una velocidad increíble, el color azul verdoso del agua perdido en los perfectos reflejos del cielo, lanzando destellos de colores entre el amarillo, el rojo, el carmesí y el violeta, un espectáculo diferente visto desde otra perspectiva jamás soñada. En un momento dado, sentí la necesidad de bajar a ras del agua, lo hice con precaución, con la emoción en la garganta que me quemaba y a medida que se acercaba la superficie, mas me embargaba la emoción, hasta que miles de finas gotas salpicaron mi cuerpo y me obligaron a remontar el vuelo hacia las alturas inundando en agua el súbito fuego que era solo una señal de felicidad indescriptible.
Cuando desperté del sueño, recordaba todo como si fuera realidad, la sensación de haber sido ave y haber volado no desapareció nunca de mi mente.
Decidieron mis padres trasladarse al interior por motivo de trabajo, a un pueblo de montaña, bello como todo lo natural. Indagué por los contornos sus paisajes y como hice en el mar, me fijé en las montañas majestuosas, imponentes. Un día, en mis observaciones vislumbré en lo alto de la lejanía la silueta de un ave que volaba con una elegancia que me dejó fascinado. Decidí acercarme lo más posible para poder observar mejor su vuelo y comprobé de que ave se trataba, era un águila que en su territorio de caza, volaba como si el viento la sostuviera, como si no hiciese ningún esfuerzo, con una elegancia tal que quedé prendado de tanta belleza. Se despertó en mí esa envidia crónica hacia las aves, hacia su vuelo, hacia su mundo y confesé en voz alta mi anhelo por ser como ellas.
Me senté en el suelo llorando mi desventura y cuando me di cuenta, estaba volando de nuevo otra vez, la tierra por suelo, pero arriba el mismo cielo de siempre, los reflejos esta vez de ocres y verdes reflejados en naranjas con destellos de amarillos encendidos. Volé y volé sin descanso, todo mi cuerpo había cambiado, no era un sueño, ya no era yo, el terrestre que deseaba volar, si no el ave soñaba que volaba, un águila impresionante que se elevaba sin esfuerzo.
Desaparecí de mi entorno y me buscaron con insistencia, mi familia lloro mi desaparición sin saber de mi felicidad y no repararon en aquel águila que con demasiada frecuencia sobrevolaba el pueblo.
Desaparecí de mi entorno y me buscaron con insistencia, mi familia lloro mi desaparición sin saber de mi felicidad y no repararon en aquel águila que con demasiada frecuencia sobrevolaba el pueblo.
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