13.5.09

El teléfono


Había tenido un día como tantos otros, rabiosamente igual a muchos de su existencia, pero algo le decía que no era así, no sabía explicar esta sensación pero no era lo mismo, no, le invadía un presentimiento que lo hacía diferente a los otros.
Regresó a su casa con ese sentimiento misterioso que le producía desagrado. Ella nunca había sentido algo parecido por mucho que buscara entre sus recuerdos, ciertamente no lo encontraba.
Se dispuso a ponerse cómoda y después de la ducha, se preparó unas tostadas con queso y un buen vaso de leche caliente. Encendió la televisión decidida a ver la película que por cierto era de asesinatos.
Al llegar al ecuador, en el mismo instante que el asesino de la película llama por teléfono para decirle que ha llegado la hora, ella que estaba en su casa tranquilamente viendo la película, sonó el teléfono al mismo tiempo que la secuencia y oyó la voz del criminal que la decía lo que iba a sucederle.
Había pronunciado su nombre, estaba claro que era a ella a quién buscaba y quería matar. ¿Cómo era posible esto si no lo conocía, ni tenía nada que ver con aquellos personajes?
Los hechos no tuvieron explicación, y si la pudieran tener, es el escritor del cuento quien debe resolverlos y por regla general, la fantasía del escritor borra los hechos y los devuelve a la normalidad y si por casualidad no quisiera, volvería a ser real la desgracia.

El mendigo


Iba de contenedor en contenedor, en todos ocurría lo mismo al abrirlo, un olor nauseabundo le daba en la cara a modo de bofetón pestilente, le dificultaba la respiración y le hacía toser, pero era necesario meter la cabeza para poder ver si entre los desperdicios hubiera algo que le pudiera servir en su subsistencia precaria.
Tras aquel rostro cetrino y aquel cuerpo enjuto oculto entre ropajes viejos de años y jirones, se escondía una vida que llegó a ser normal, como cualquier otra de otro ser.
Había sido un hombre culto, por ello, cuando sacaba de la basura algún objeto, rememoraba instantes de su pasado. Un espejo de mano roto con empuñadura tallada, semejante al que usaba Candelaria cuando se cepillaba el rubio pelo antes de acostarse y luego aparecía la pasión entre las sombras de la noche, tocaba su cuerpo, tocaba su cabellera y no sabía cuál era más suave. Todavía no se le ha olvidado aún haciendo muchos años de aquello.
Se había provisto de un gancho para poder alcanzar los objetos y las bolsas, ya no tenía la elasticidad de joven, le costaba empinar el cuerpo para poder acceder a lo más profundo del contenedor. Es cierto que lo que más buscaba era la comida, la mayoría de las veces putrefacta y pestilente, pero alguna vez era recompensado el esfuerzo por algún manjar depositado no se sabe por quién, en perfecto estado. Ese día era una fiesta, de nuevo aparecía entre los recuerdos Candelaria y sus viandas encontradas como aquellas que preparaba con exquisita delicadeza.
Siempre fue meticuloso en el comer, ¿Cómo ha llegado a esto?. Saberlo, sí lo sabía, pero consciente solo hace unos años, unos pocos años que había notado su degradación.
En tiempos pasados fue empleado de banca, oficial de oficina, con uniforme de traje y corbata, de zapatos lustrosos, bien afeitado. Aquello ya pasó, ¡Hace tantos años! o quizá le parezca a él muy lejano y no sea tanto.
Hoy es un día de suerte, ha encontrado en una caja con flores brillantes estampadas en la tapa, dos bombones olvidados, intactos, milagrosamente erguidos en su belleza primaria. También, dentro de una caja de galletas, un montón de ellas partidas, algunas deshechas pero aprovechables, esta clase de galletas antes no le gustaban pero ahora saben de otra manera, será por estas necesidades, producto de fracasos y desventuras. Muchas tardes, Candelaria preparaba café y sacaba unas galletas como estas.
Cuando sacó una bolsa llena de vestidos de niña, entre el olor nauseabundo y las lágrimas que acudían a sus ojos sin llamarlas, se le tapó la nariz y con la tos, casi se ahoga. Eran recuerdos muy alegres que le entristecían (Paradojas inexplicables).
Lo que no podía soportar, eran las botellas de vino, aquello fue su perdición. Comenzó a beber cuando prescindieron de sus servicios en su trabajo, comenzó a pensar que no servía para nada, apareció la depresión y los tragos le aliviaban, enardecía su espíritu que nunca fue animoso, pero con el alcohol se sintió más grande, más valeroso y más capaz, hasta que la realidad ganaba la batalla a sus fantasías.
Candelaria trató de ayudarle, quiso comprenderle e hizo todo lo posible para que lo dejara. Aparecieron las broncas y los malos modos. Las amenazas la hundieron en la desesperación. Lo abandonó, era por aquel entonces irrecuperable, inmerso en la maldita miseria que sigue arrastrando.
Aquella percha desvencijada, era suficiente para abrir la caja de los recuerdos, con sus trajes y camisas primorosamente colgadas en el armario.
Ponía Candelaria unos ambientadores que olían de una manera especial, no los ha vuelto a oler, en su lugar, estos malditos olores que le acompañan en sus búsquedas.
Vive en una especie de chabola o cueva en las afueras donde guarda los objetos que recoge junto con sus miserias, algunas veces duerme en algún portal, algunas veces medita en un rincón y pide algunas monedas para su vino.
Abandonó la ciudad que consideró por muchos años suya y se trasladó a este lugar que él nunca había estado, de una ciudad que nunca conocería como propia.
Cada vez los delirios son más frecuentes y el deterioro más acusado, el juez le prohibió el acercamiento, ¡cómo se iba a acercar con aquel estado tan deplorable!. Continua con su va y viene constante, entre estar allí y no estar, entre regresar a la realidad o perderse en lo imaginario, pero Candelaria estaba presente en todos los recuerdos, aquella persona desaparecida y largamente recordada.

Carta a un amigo de la infancia que ni recuerdo su nombre


Querido amigo:
Como casi siempre que te escribo, mi memoria viaja en sentido contrario de la vida y me introduzco en el revuelto mar de los recuerdos.
Yo tengo cosas que digo ser mías. Mías porque yo las quiero, mías porque deseo que permanezcan siempre en mi memoria, de nadie más, por eso no las suelo contar.
Recuerdo constantemente aquel momento que revolucionó mis ideas aún confusas y que he pretendido seguir conservando hasta estos días, cambiando por supuesto muchos matices.
Es mío, aquel impreciso y lejano Otoño lánguido que me descubrió la melancolía y la tristeza y luego, desnudos los árboles, la paz interior, y la lluvia de aquellas fechas en que todo lo envolvía de gris y blanco, húmedo y triste durante unos días y luego nos regalaba la esperanza con un radiante sol de alegría infinita.
Es mía la rabia y la impotencia en aquellas ocasiones que no pude resolver o paliar, bien por edad, bien por falta de formación y sabiduría.
Son míos los recuerdos de los amigos de la infancia (entre los que te encuentras tú) con los que compartí juegos, proyectos y deseos que casi ninguno se materializó.
Hay un abismo entre lo que soñaba y lo que pretendía, pero era mía y solo mía la confusión, equivocado o no, viví aquellos momentos, unas veces con euforia de triunfo y otras con decepción de las derrotas o fracasos, pero siempre envuelto en una nube de deseos imparables que me hicieron tropezar en las mismas piedras (fueron buenas enseñanzas).
Carecí de muchas cosas (según se mire), pero tuve muchas otras que hoy valoro de otro modo.Las batallas que combatí en todos los frentes, casi siempre fueron derrotas (es lo que pienso ahora), pues suponía victorias que de algún modo no le eran. La alegría de esos triunfos, poco a poco los fui apreciando a la inversa, como si lo de arriba, lo pusiera abajo y es que la riqueza de lo conquistado, con los años cambia de valor y te arrepientes de haber luchado por cosas que no merecían la pena (hoy lo sé) y haber permanecido impasible ante lo que (hoy lo sé) tenía valor.
Cuando rememoro desde el umbral de una nueva vida los tiempos idos, acuden a la mente con insistencia melancólica ¿Pero dónde esta aquel corazón tonto que entonces sabía sufrir por tales cosas?¿Dónde reside aquel ímpetu luchador irreflexivo, que se lanzaba al combate ciegamente sin medir las consecuencias?
Me queda el consuelo de no haberme quedado quieto y hoy estar preguntándome constantemente que hubiera pasado de haber permanecido inmóvil.
Lo años cambian mucho los ímpetus y van borrando lentamente los recuerdos y hasta los nombres de los que junto a mi, vivieron aquellos momentos.
Recibe un abrazo de quien aún no sabiendo tu nombre, no te olvida.

12.5.09

Pensamientos en la frente


Siempre creo que llevo grabado en mi frente los pensamientos y que todo el mundo puede leerlos, pero no me importa, todos sabrán que te quiero con locura.

6.5.09

La lluvia que no cesa


Iba encogido por el frío, con las manos en los bolsillos y la solapa de la chaqueta subida para resguardarse de los vaivenes del viento gélido.
Había tenido posiblemente su último encuentro con ella. Seguramente no la volvería a ver (las gotas de la lluvia se mezclaban en su rostro con las lágrimas) no la volverá a ver, no porque no quisiera, sino porque ella no lo consentiría. Quizá tubiera razón, pero solo en algunas cosas, es verdad que ha sido terco en sus planteamientos y se he dejado llevar por la soberbia tan nefasta.
¿A dónde va? No lo sabe. En estos momentos su futuro es incierto.
La noche es triste, quizá por la mañana lo vea diferente, más alegre.
El ambiente es frío, quizá con el sol de la mañana se caliente.
El ánimo, decaído, seguramente podrá levantarse dentro de poco.
El amor, ¿Dónde estará mañana el amor que se tuvieron?
El pensamiento, siempre fijo en el mismo sitio, ¡ella!.
El deseo, siempre constante, estar a su lado.
Pero esta lluvia que no cesa, lo está empapando todo y con su agua, borra sus lágrimas y pensamientos, es posible hasta que ahogue sus penas.

La lectura


Era ya mayor cuando descubrió lo que encierran en su interior los libros. Cuando comenzó a leer, ya no pudo dejarlo, lo hacía todas los días, al anochecer, antes de dormir.
La lectura le enseñó el camino de la libertad, aprendió como se consigue ser otro ser diferente al que eres. De pronto se convertía en capitán de un barco aventurero que en el puente de mando, manejando el timón y con el viento revolviéndole los cabellos, dirigía a su tripulación hacia aquella isla que se divisaba en la lejanía, sin saber que misterios les depararía.
Otra vez, se vio envuelto en el fragor de la batalla con su grado de capitán, mandando a sus hombres hacia la victoria, y como no, en el desfile con su uniforme reluciente saludando a sus admiradoras amables y bellas. Es el primero en todas las carreras en que participa, el protagonista de todas las historias que descubre, el ser que hace lo que quiere sin prejuicios aparentes, la persona bondadosa, chispeante, divertida, el ser mas simpático del mundo, al que adoran, que entusiasma, que ilusiona.
Con solo abrir el libro de turno, comienza a disfrutar los goces que aún pareciéndose a los suyos, son diferentes o quizá vistos de otro modo.
Cada noche se sumerge en el laberinto de las letras y las frases, de las historias y pensamientos, de los sueños y fantasías, para acceder a esa libertad soñada, a esos placeres negados, consigue ser todo lo que se imagina con solo proponérselo.
Luego, a la mañana siguiente, vuelve al infierno, a lo cotidiano, a la vulgaridad de su vida, a la monotonía de su entorno y los seres que le rodean. Pero le reconforta pensar que por la noche, al término del día, entre las páginas que va leyendo recobrará la libertad y volverá a ser el rey de su fantasía.

La noche



Desvelado en la noche
aumento los abismos de las sombras,
los sigilos necesarios me trastornan
en un huir constante hacia el abismo.
Sobresalto brusco ante el inesperado ruido,
vuelco en el corazón por un impacto
ficticio o verdadero de mi miedo.
Movimiento entre las sombras de las sombras
rasguño enrarecido de la noche,
crujido de los muebles y molduras,
inesperada convulsión de mis sentidos,
pánico, horror, fobias terribles compartidas
con recuerdos y vivencias transformadas.
Inmerso, despierto o adormilado en pesadillas.
Transcurriendo el tiempo lento, impreciso,
sacudida rítmica del cuerpo ante la nada,
no hay nada en la espera, en el transcurso,
crees que no va a llegar nunca el día,
pero la luz va llegando poco a poco, seguro,
y vuelve a derrumbarse el muro de las dudas.

La niña


La niña, entre la opacidad que daban sus ropajes con jirones, brillaba con una luz injustificada, una luz mirada con ojos deseosos de ver, lo que no ven los ojos que no quieren mirar. Ella miraba a unos y otros esperando alguna justificación de lo inaceptable, de lo insólito, de lo vergonzante. Nadie captó el interrogante mensaje, ni recibió la información luminosa que reflectaba la niña.
Le pregunté de donde era y miró al cielo, me interese por los suyos (dónde estaban) y miró al suelo. No jadeaba en su llanto, hacía mucho tiempo que nadie deparó en sus gemidos, sólo alguna lágrima, en su luminosidad, brillaba al deslizarse por sus mejillas. Con llanto mudo y temblor en sus sollozos, nunca captó oyente alguno que supiera descifrar sus peticiones. Yo también erre en el planteamiento, quise darle algunas monedas pero no las acepto. Anteponía lo estrictamente sentimental a lo material, estaba necesitada de algo más etéreo, más irreal y más reconfortante que todo el oro del mundo.
Un día, ya no la vi, no estaba en el lugar habitual donde demandaba (según la gente) sus incongruencias, y recordé que al preguntarle de donde era, miró al cielo y deposité mi mirada en él. Era cierto lo que dijo, allí estaba aquella estrella luminosa que nunca antes había visto.