Fotografía de Javier Buchberger
Son dos hermanas de verde esmeralda y beben del néctar común, de la provisión compartida, de la savia grandiosa que les da la vida, la una al lado de la otra, juntas entre una gran cantidad de ellas por todas partes. En la rama donde se balancean, solo necesitan una ligera brisa para acariciarse y en el vendaval, bulliciosas y alegres, cantan al compás del tiempo huracanado. Cuando se bañan de luz o de agua, el frescor las reconforta y los rayos del sol las revitaliza. En las noches de calma, descansan acompañadas de los pájaros que se esconden entre ellas para dormitar y con la aurora aún incipiente, revolotean jocosos golpeándolas con sus alas a modo de caricia.
Pero se tiene que cumplir el ciclo, lentamente se van notando los imperceptibles cambios, el frío va aumentando y la savia, antes abundante, escasea cada día más, el cuerpo central, robusto y rígido, se va adormeciendo lentamente. Sus fuerzas adheridas a las ramas van flaqueando, incluso algunas han caído. Todas en su transformación, van del verde intenso al amarillo chillón, ya no es todo alegría, un presagio se cierne sobre ellas implacablemente, notan que les falta fuerza para asirse y de un momento a otro, no tendrán más remedio que soltarse.
Ha comenzado una especie de lluvia forestal, una caída intermitente y continua, pero ellas han decidido soltarse a la vez, juntas en su caída libre, arrastrando a otras que en su precipitación ondulante, daban mil vueltas entes de depositarse en el suelo. Han caído una al lado de la otra, esto las reconforta sintiéndose protegidas mutuamente, pero sus destinos estaban marcados, su destino no es otro que en su descomposición, sirvan de alimento a su árbol madre, que convirtiéndolo en savia, alimente a las hojas venideras en su ciclo.
En el suelo, la hierba a dado paso al musgo húmedo y pegajoso, se estrechan sus cuerpos para que una traicionera ráfaga de viento no las separe y así, abrazadas, puedan llegar al momento final de sus vidas, unidas como siempre estuvieron.
Pero se tiene que cumplir el ciclo, lentamente se van notando los imperceptibles cambios, el frío va aumentando y la savia, antes abundante, escasea cada día más, el cuerpo central, robusto y rígido, se va adormeciendo lentamente. Sus fuerzas adheridas a las ramas van flaqueando, incluso algunas han caído. Todas en su transformación, van del verde intenso al amarillo chillón, ya no es todo alegría, un presagio se cierne sobre ellas implacablemente, notan que les falta fuerza para asirse y de un momento a otro, no tendrán más remedio que soltarse.
Ha comenzado una especie de lluvia forestal, una caída intermitente y continua, pero ellas han decidido soltarse a la vez, juntas en su caída libre, arrastrando a otras que en su precipitación ondulante, daban mil vueltas entes de depositarse en el suelo. Han caído una al lado de la otra, esto las reconforta sintiéndose protegidas mutuamente, pero sus destinos estaban marcados, su destino no es otro que en su descomposición, sirvan de alimento a su árbol madre, que convirtiéndolo en savia, alimente a las hojas venideras en su ciclo.
En el suelo, la hierba a dado paso al musgo húmedo y pegajoso, se estrechan sus cuerpos para que una traicionera ráfaga de viento no las separe y así, abrazadas, puedan llegar al momento final de sus vidas, unidas como siempre estuvieron.
4 comentarios:
Es un relato sutil,como un canto a la amistad o el amor.
sigue por ese camino
Unidos hasta la muerte y después de ella.Ingenioso
Es una historia con un final renovador, con retorno al principio en un ciclo infinito.
Muy apreciado Diego, un gusto estrechar su mano desde la palabra... Me elegra este relato, hermosa metáfora de ruptura y reencuentro, es indudable que usted es un observador de primer orden lo que le permite relatar vívidamente los sucesos ficticios o reales que se propone mostrar.
Saludos y un abrazo
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