En la calle donde vivía, había una relojería antigua. El relojero era un anciano, un hombre viejo y extraño, retraído y misterioso, su mirada daba miedo a Elisa Ruano Berruezo que la evitaba al pasar por la puerta. Esta sensación no era justa pues no había hablada nunca con él, pero la sensación era palpable, era como una defensa intuitiva ante algún hipotético peligro que viniera por parte de él, sin saber por qué ni cómo.
Elisa Ruano Berruezo era una muchacha de catorce años, tímida y apacible, con muchas fantasías en la mente y muchas ilusiones en el alma, con una cuidada atención a su educación, habían conseguido unos principios morales sólidos que auspiciaban una futura responsabilidad y una escala de valores muy aceptables. Poseía la belleza de la juventud y la fragilidad de la inocencia que a su edad, comenzaba a surgir jirones y grietas inevitables.
Un día, como siempre que pasaba por delante de la relojería, bajaba la mirada al suelo y se le aceleraba el corazón, vio al hombre viejo en la puerta, estático, que la miraba fijamente, diríase que la estaba esperando, ella más que verlo lo presentía, pero no levantó la mirada aun sabiendo que estaba allí. En ese mismo instante, al pasar por su lado, la llamó por su nombre, ¿Cómo sabía su nombre? ¿Quién se lo había dicho si nunca cruzó una palabra con él? Se paró y le miró a los ojos, descubrió que ya no eran tan temerosos como antes, más bien percibió una cierta bondad que despedía su mirada, su voz también era cálida y una sonrisa amplia y serena apareció en su rostro dulcificándolo todo.
--Quiero hablar contigo Elisa, tengo una cosa para ti.
--¿Qué es lo que me va a dar? Contestó Elisa Ruano Berruezo intrigada.
--Es una cosa que durante muchos años he guardado, esperando y buscando el momento y la persona adecuada para realizar el relevo y esa persona eres tú y ese momento es ahora.
--¿Pero por qué yo? ¿Por qué ahora?
--Vengo observándote mucho tiempo y he llegado a la conclusión de que eres la persona idónea, por tu valía, por tu honestidad y tu juventud, Se que se acerca mi fin y no puedo consentir que lo que te voy a dar, caiga en otras manos no merecedoras de poseerlo.
--Pero ¿Qué es?
--Pasa dentro, no es aconsejable dártelo en la calle pues nadie debe saberlo, ni que yo te lo he dado, ni de que se trata.
Elisa Ruano Berruezo entró tras el anciano y en medio de la relojería se quedó quieta, expectante.
El anciano relojero se dirigió a la caja fuerte que tenía disimulada en un rincón y sacó un objeto no muy grande, no muy pesado, no muy llamativo. Era una caja de madera sencilla y alargando las dos manos con la caja entre ellas, se la dio a la niña con mucha solemnidad. Ella al recibir en sus manos el objeto, llena de curiosidad quiso abrirlo pero el viejo se lo impidió diciéndole.
--Antes de que lo veas, quiero explicarte algunas cosas relativas a el objeto, lo debes cuidar con esmero, no consientas que nadie lo toque y si es posible, que nadie lo vea y por encima de todo, no reveles el misterio que guarda en su interior y que luego te contare.
--Confieso que estoy asustada, comentó la niña.
-- Puedes abrirlo ya.
Elisa llena de emoción abrió la caja y en su interior había un reloj de sobremesa, era bonito pero preguntó al instante.
--¿Dónde está el misterio? ¿Dónde está el secreto?
El anciano indicó a la niña que se sentara para escuchar todo más cómodamente.
Comenzó por decirle que él lo recibió a la misma edad que ella, con catorce años, se lo dio un carbonero que vivía en su pueblo y que le conocía bien, le explicó todo el secreto que encierra, como él se lo iba a explicar ahora.
--Este reloj tiene el poder de adelantar el tiempo, siempre que muevas las manecillas adelante, el tiempo pasará rápidamente adecuándose a la hora, al día y al año que tú hayas adelantado, pero no puedes ni debes hacerlo hacia atrás, pues eso sería el fin, tanto del tiempo como del mundo, el pasado es un tiempo vivido y consumido, una etapa vencida, todo el pasado está contenido en el recuerdo y en el olvido de las gentes que lo vivieron y eso no se puede resucitar.
Elisa Ruano Berruezo atrajo el reloj hacia su pecho y solo supo decir, turbada como estaba.
--Muchas gracias.
Se lo llevó a su habitación y lo escondió entre las ropas. Así lo tuvo varios días, pensando en todo lo que le había dicho el relojero anciano y cuando se enteró de que había muerto, un estremecimiento frío recorrió su cuerpo. Era ella sola la propietaria del secreto, nadie más sabía el poder del reloj al haber faltado el anciano y esta circunstancia la llenó de responsabilidad y de temor.
Pasado un año, decidió sacar el reloj de su escondite y probar su poder, comprobar si era cierto todo lo que el viejo le dijo, solo lo sabría si tenía el valor de adelantar unas horas las manecillas y esperar los resultados. Con el corazón palpitando desbocado y la sangre apretándole las sienes, a las seis de la tarde adelantó seis horas las manecillas y al instante, se hizo de noche, el sol había desaparecido y la penumbra de la noche se había hecho dueña de todo. Su familia lo vio como normal, no se percataron del súbito cambio y todos siguieron como si nada hubiera ocurrido.
Elisa se dio cuenta de que el mundo estaba en sus manos, de que tenía el poder de adelantar el tiempo a su antojo y el peligro de destruirlo todo si lo hacía retroceder.
Pasaron las horas, le producía tal impresión la responsabilidad, que se sumergió en un estado de abatimiento, se sentía desfallecer a cada instante y se tumbó en la cama, comenzó a controlar las emociones y poco a poco se fue durmiendo.
La despertó sobresaltada un sonido penetrante y continuo, pudo a duras penas recobrar la conciencia del momento y del lugar, era el despertador que sonaba anunciando la hora de levantarse, lo apagó, comprendió que este reloj era el protagonista de esta historia vivida, se arregló para acudir a sus obligaciones y al salir a la calle, al pasar por delante de la relojería, vio al viejo relojero en la puerta de su establecimiento y le saludó con la mano y con una cariñosa sonrisa.
Elisa Ruano Berruezo era una muchacha de catorce años, tímida y apacible, con muchas fantasías en la mente y muchas ilusiones en el alma, con una cuidada atención a su educación, habían conseguido unos principios morales sólidos que auspiciaban una futura responsabilidad y una escala de valores muy aceptables. Poseía la belleza de la juventud y la fragilidad de la inocencia que a su edad, comenzaba a surgir jirones y grietas inevitables.
Un día, como siempre que pasaba por delante de la relojería, bajaba la mirada al suelo y se le aceleraba el corazón, vio al hombre viejo en la puerta, estático, que la miraba fijamente, diríase que la estaba esperando, ella más que verlo lo presentía, pero no levantó la mirada aun sabiendo que estaba allí. En ese mismo instante, al pasar por su lado, la llamó por su nombre, ¿Cómo sabía su nombre? ¿Quién se lo había dicho si nunca cruzó una palabra con él? Se paró y le miró a los ojos, descubrió que ya no eran tan temerosos como antes, más bien percibió una cierta bondad que despedía su mirada, su voz también era cálida y una sonrisa amplia y serena apareció en su rostro dulcificándolo todo.
--Quiero hablar contigo Elisa, tengo una cosa para ti.
--¿Qué es lo que me va a dar? Contestó Elisa Ruano Berruezo intrigada.
--Es una cosa que durante muchos años he guardado, esperando y buscando el momento y la persona adecuada para realizar el relevo y esa persona eres tú y ese momento es ahora.
--¿Pero por qué yo? ¿Por qué ahora?
--Vengo observándote mucho tiempo y he llegado a la conclusión de que eres la persona idónea, por tu valía, por tu honestidad y tu juventud, Se que se acerca mi fin y no puedo consentir que lo que te voy a dar, caiga en otras manos no merecedoras de poseerlo.
--Pero ¿Qué es?
--Pasa dentro, no es aconsejable dártelo en la calle pues nadie debe saberlo, ni que yo te lo he dado, ni de que se trata.
Elisa Ruano Berruezo entró tras el anciano y en medio de la relojería se quedó quieta, expectante.
El anciano relojero se dirigió a la caja fuerte que tenía disimulada en un rincón y sacó un objeto no muy grande, no muy pesado, no muy llamativo. Era una caja de madera sencilla y alargando las dos manos con la caja entre ellas, se la dio a la niña con mucha solemnidad. Ella al recibir en sus manos el objeto, llena de curiosidad quiso abrirlo pero el viejo se lo impidió diciéndole.
--Antes de que lo veas, quiero explicarte algunas cosas relativas a el objeto, lo debes cuidar con esmero, no consientas que nadie lo toque y si es posible, que nadie lo vea y por encima de todo, no reveles el misterio que guarda en su interior y que luego te contare.
--Confieso que estoy asustada, comentó la niña.
-- Puedes abrirlo ya.
Elisa llena de emoción abrió la caja y en su interior había un reloj de sobremesa, era bonito pero preguntó al instante.
--¿Dónde está el misterio? ¿Dónde está el secreto?
El anciano indicó a la niña que se sentara para escuchar todo más cómodamente.
Comenzó por decirle que él lo recibió a la misma edad que ella, con catorce años, se lo dio un carbonero que vivía en su pueblo y que le conocía bien, le explicó todo el secreto que encierra, como él se lo iba a explicar ahora.
--Este reloj tiene el poder de adelantar el tiempo, siempre que muevas las manecillas adelante, el tiempo pasará rápidamente adecuándose a la hora, al día y al año que tú hayas adelantado, pero no puedes ni debes hacerlo hacia atrás, pues eso sería el fin, tanto del tiempo como del mundo, el pasado es un tiempo vivido y consumido, una etapa vencida, todo el pasado está contenido en el recuerdo y en el olvido de las gentes que lo vivieron y eso no se puede resucitar.
Elisa Ruano Berruezo atrajo el reloj hacia su pecho y solo supo decir, turbada como estaba.
--Muchas gracias.
Se lo llevó a su habitación y lo escondió entre las ropas. Así lo tuvo varios días, pensando en todo lo que le había dicho el relojero anciano y cuando se enteró de que había muerto, un estremecimiento frío recorrió su cuerpo. Era ella sola la propietaria del secreto, nadie más sabía el poder del reloj al haber faltado el anciano y esta circunstancia la llenó de responsabilidad y de temor.
Pasado un año, decidió sacar el reloj de su escondite y probar su poder, comprobar si era cierto todo lo que el viejo le dijo, solo lo sabría si tenía el valor de adelantar unas horas las manecillas y esperar los resultados. Con el corazón palpitando desbocado y la sangre apretándole las sienes, a las seis de la tarde adelantó seis horas las manecillas y al instante, se hizo de noche, el sol había desaparecido y la penumbra de la noche se había hecho dueña de todo. Su familia lo vio como normal, no se percataron del súbito cambio y todos siguieron como si nada hubiera ocurrido.
Elisa se dio cuenta de que el mundo estaba en sus manos, de que tenía el poder de adelantar el tiempo a su antojo y el peligro de destruirlo todo si lo hacía retroceder.
Pasaron las horas, le producía tal impresión la responsabilidad, que se sumergió en un estado de abatimiento, se sentía desfallecer a cada instante y se tumbó en la cama, comenzó a controlar las emociones y poco a poco se fue durmiendo.
La despertó sobresaltada un sonido penetrante y continuo, pudo a duras penas recobrar la conciencia del momento y del lugar, era el despertador que sonaba anunciando la hora de levantarse, lo apagó, comprendió que este reloj era el protagonista de esta historia vivida, se arregló para acudir a sus obligaciones y al salir a la calle, al pasar por delante de la relojería, vio al viejo relojero en la puerta de su establecimiento y le saludó con la mano y con una cariñosa sonrisa.
2 comentarios:
Hola:
que curiosa me ha parecido la historia del objeto misterioso, sobre todo por el nombre de la joven.Yo tambien me llamo Elisa ruano aunque Berruezo no es mi segundo apellido.¿porque elegiste ese nombre?..tengo curiosidad, no es una combinacion de nombre y apellido muy usual.Ah felicidades por el relato.Elisa Ruano.
Elisa es un nombre muy hermoso y siempre me gustó, Lo de Ruano lo puse en recuerdo de un compañero de la "mili". Te agradezco que me hagas tu comentario pues es reconfortable saber que alguien me escucha y camina por los senderos de mi fantasía.
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