Escucha
en la lejanía “Adri” el murmullo que cada vez se hace más sonoro,
paulatinamente se va haciendo más ruidoso, como quién tiene ganas de que se le
oiga pronto. Es la tormenta de verano que con todo su ímpetu nos sobrepasará.
Con sus rayos estruendosos y sus fogonazos, relampagueando aquí y allá.
No
viene muy deprisa, pero sin detenerse un instante se nos pondrá encima y luego,
se irá hacia el mar quizá donde es posible que se disuelva o se esconda en
algún lugar misterioso.
Es
impresionante su estruendo, nos hace sentirnos pequeños, como recordándonos la
lección que nunca acabamos de aprender, que una vez pasada la algarabía se nos
olvida al instante.
“Adri”
viene precedida de un vendaval que lo remueve todo, zarandea los árboles de tal
forma que parece que los vaya a tumbar, de hecho derriba algunos en ocasiones.
Cambia todas las cosas de sitio, como si el orden establecido por los humanos
anteriormente no fuese el correcto y lo dispusiera a su antojo, sin duda con
una fuerza tal que no admite discusión.
Nos
tenemos que limitar a que pase, que descargue su furia esperando que no nos
haga daño con su agua, sus rayos y centellas, pues cuando ha pasado, sentimos
con más anhelo la calma que teníamos antes y curiosamente no reparábamos en
ella.
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