26.11.08

¿QUIÉN ERA?


Caminaba por una calle larga y triste, sorteando cavidades y charcos dejados por la llovizna persistente, monótona, obstinadamente repetitiva y molesta; cuando le vi, detrás de mí, no esquivaba el agua, no detenía el paso lento pero seguro, ni siquiera miraba a un lado y al otro. Era un ser alto y delgado, de riguroso negro con sombrero ancho y oscuro, como sus ojos, que más que ojos eran concavidades profundas y desoladoras, intrigantes y misteriosas. Se diría que sabía a donde iba, lo denunciaba la decisión de sus pasos y la mirada fija al frente, siempre detrás de mí. Torcí la siguiente calle a la derecha aunque no fuera mi camino y él hizo lo mismo. Comencé a preocuparme y decidí torcer la siguiente a la izquierda para ver si me seguía o continuaba su camino hacia otro lugar que no fuera mi espalda, pero hizo lo mismo, siguió mis pasos sin detenerse, fue entonces cuando me volví nuevamente a mirarle, la calle estaba desierta, un manto oscuro se aliaba con la noche y lo cubría todo de sombras. Cuando le mire por segunda vez, un escalofrío me recorrió la espalda, su aspecto me horrorizó, era tan oscuro como una sombra indefinida, me pareció ver dos destellos que partían de sus ojos y una leve apertura de sus labios semejó una sonrisa que más bien parecía una mueca, dejando entrever sus dientes manchados de sangre. Aceleré el paso con el miedo creciendo en mi cuerpo, quise correr pero no pude, hubiera querido chillar pidiendo ayuda pero no salió ningún sonido de mi garganta. Torcí nuevamente a la derecha y esta vez, él siguió recto, continuo y hermético, envuelto en sus sombras, llevándose mis temores e inquietudes. Me detuve y lo vi alejarse, como la sombra que era, perdiéndose en la lejanía.
Si era quién yo me figuro, no venía a por mí, al menos esta vez.

11.6.08

SOLO UN INSTANTE


Placenteros momentos, serenas horas,
donde la soñolencia
entra sin pedir permiso
y cierra los ojos obligando
a permanecer cerrados sus párpados.
Con el pensamiento
perdido en divagaciones
y el sol y sombra que reflejan
los árboles en el suelo,
con su movimiento a un lado y otro,
contribuyen a la relajación.
Están los problemas a las puertas
dispuestos a perturbar la paz
de este momento,
pero por el párpado entreabierto
ves que el sublime momento
sigue ahí y lo vuelves a cerrar
para que no entren y lo destruyan.
Son momentos de sueños,
de recuerdos, de nostalgias
y por qué no, de tristezas lejanas,
no faltan las alegrías y los temores,
ellos estarán esperándome cuando los abra.

DOS HOJAS

Fotografía de Javier Buchberger

Son dos hermanas de verde esmeralda y beben del néctar común, de la provisión compartida, de la savia grandiosa que les da la vida, la una al lado de la otra, juntas entre una gran cantidad de ellas por todas partes. En la rama donde se balancean, solo necesitan una ligera brisa para acariciarse y en el vendaval, bulliciosas y alegres, cantan al compás del tiempo huracanado. Cuando se bañan de luz o de agua, el frescor las reconforta y los rayos del sol las revitaliza. En las noches de calma, descansan acompañadas de los pájaros que se esconden entre ellas para dormitar y con la aurora aún incipiente, revolotean jocosos golpeándolas con sus alas a modo de caricia.
Pero se tiene que cumplir el ciclo, lentamente se van notando los imperceptibles cambios, el frío va aumentando y la savia, antes abundante, escasea cada día más, el cuerpo central, robusto y rígido, se va adormeciendo lentamente. Sus fuerzas adheridas a las ramas van flaqueando, incluso algunas han caído. Todas en su transformación, van del verde intenso al amarillo chillón, ya no es todo alegría, un presagio se cierne sobre ellas implacablemente, notan que les falta fuerza para asirse y de un momento a otro, no tendrán más remedio que soltarse.
Ha comenzado una especie de lluvia forestal, una caída intermitente y continua, pero ellas han decidido soltarse a la vez, juntas en su caída libre, arrastrando a otras que en su precipitación ondulante, daban mil vueltas entes de depositarse en el suelo. Han caído una al lado de la otra, esto las reconforta sintiéndose protegidas mutuamente, pero sus destinos estaban marcados, su destino no es otro que en su descomposición, sirvan de alimento a su árbol madre, que convirtiéndolo en savia, alimente a las hojas venideras en su ciclo.
En el suelo, la hierba a dado paso al musgo húmedo y pegajoso, se estrechan sus cuerpos para que una traicionera ráfaga de viento no las separe y así, abrazadas, puedan llegar al momento final de sus vidas, unidas como siempre estuvieron.

26.5.08

EL LIMPIABOTAS


Solía acudir los Sábados y Domingos por la tarde, al bar en el que nos reuníamos un grupo de amigos, pasábamos unas horas juntos, algunos jugaban juegos de mesa y otros platicábamos sobre diversos temas mientras tomábamos café o algún trago. Él aparecía con su caja colgada de la mano, con la vestimenta de color impreciso, tintada de mil betunes, formando una homogeneidad de color con muchos matices confundidos, la sonrisa eterna en su boca destapando las melladuras y las bondades de su corazón, con la mirada suplicando que le pidiéramos sus servicios.
Siempre he sentido desagrado al ver a otro semejante agachado a mis pies, lo consideraba y lo considero humillante, pero no era su caso. Él tenía un lenguaje fluido de persona cultivada y maltratada por la vida, con una filosofía envidiable, poseedor de grandes vivencias en su mente que él nunca contaba pero dejaba entrever, se adivinaba. Nos limpiaba los zapatos con elegancia, también nos limpió algo el alma con sus dichos y su personalidad que guardaba y escondía.
Solía decir que en su juventud se alimentaba de ilusiones, después, un poco más mayor, se alimentó de esperanzas y luego más tarde, con lo que pudo que fue más bien poco.
También nos contó que en un tiempo, le nombró el Rey, zapatero mayor del reino y que le encargaron encontrar el pie que acoplara perfectamente en el zapatito de cristal perdido por una niña, en las escalinatas de palacio a las doce de una noche. Pero una vez cumplido a la perfección su cometido, fue despedido sin ninguna explicación al paro de por vida.
Mezclaba las fantasías con las realidades o quizá sus realidades eran fantasías, lo cierto es que había muchas incógnitas en su pasado. Cuando le preguntabas, él respondía con evasivas, suposiciones, con medias verdades mezcladas con medias mentiras, como si muchas cosas no las recordara o no las quisiera recordar.
Solíamos preguntarle.
--¿Cómo es que trabajas los Domingos, Emilio?
--¡No hay más remedio, es mucho lo que se necesita para mantener a la familia!
Continuaba.
--Así nos ha dejado la guerra, de esta guisa, de esta forma de fatal apariencia, con negrura por todas partes, hasta por dentro, parecemos más viejos de lo que somos pero en realidad, somos mucho más viejos de lo que aparentamos.
Era un gran entendido y aficionado a los toros, solía decir que el lance más bonito de la fiesta era la larga farolada, de rodillas ante el toril, entes de que salga el toro, por su plasticidad, por su valor, por su peligro, por la belleza del capote revoloteando contra el viento antes de la embestida del bicho; la segunda ya no lo es tanto, ha pasado la tensión de la espera, aún con peligro latente, ya se han descompuesto el toro y el torero.
Hacía mucho tiempo que no veía una corrida, no podía permitírselo. Decidimos entre todos comprarle una entrada y cuando se la entregamos, nos pareció ver alguna lágrima deslizarse por su cara y que él apartó con disimulo.
Un día no acudió a la cita, pasado algún tiempo supimos que no vendría más, no sabíamos sus apellidos, solo su nombre que era Emilio. Tubo esa muerte anónima que solo tienen los pájaros, sin alboroto, sin ruido, sin que casi nadie se enterara.
Muchos os preguntareis el por qué escribo sobre este personaje de escaso valor en apariencia, no lo sé, pero lo que si se, es que estoy contento de que siempre ocupe un rincón en mi memoria.

23.5.08

EL OBJETO MISTERIOSO


En la calle donde vivía, había una relojería antigua. El relojero era un anciano, un hombre viejo y extraño, retraído y misterioso, su mirada daba miedo a Elisa Ruano Berruezo que la evitaba al pasar por la puerta. Esta sensación no era justa pues no había hablada nunca con él, pero la sensación era palpable, era como una defensa intuitiva ante algún hipotético peligro que viniera por parte de él, sin saber por qué ni cómo.
Elisa Ruano Berruezo era una muchacha de catorce años, tímida y apacible, con muchas fantasías en la mente y muchas ilusiones en el alma, con una cuidada atención a su educación, habían conseguido unos principios morales sólidos que auspiciaban una futura responsabilidad y una escala de valores muy aceptables. Poseía la belleza de la juventud y la fragilidad de la inocencia que a su edad, comenzaba a surgir jirones y grietas inevitables.
Un día, como siempre que pasaba por delante de la relojería, bajaba la mirada al suelo y se le aceleraba el corazón, vio al hombre viejo en la puerta, estático, que la miraba fijamente, diríase que la estaba esperando, ella más que verlo lo presentía, pero no levantó la mirada aun sabiendo que estaba allí. En ese mismo instante, al pasar por su lado, la llamó por su nombre, ¿Cómo sabía su nombre? ¿Quién se lo había dicho si nunca cruzó una palabra con él? Se paró y le miró a los ojos, descubrió que ya no eran tan temerosos como antes, más bien percibió una cierta bondad que despedía su mirada, su voz también era cálida y una sonrisa amplia y serena apareció en su rostro dulcificándolo todo.
--Quiero hablar contigo Elisa, tengo una cosa para ti.
--¿Qué es lo que me va a dar? Contestó Elisa Ruano Berruezo intrigada.
--Es una cosa que durante muchos años he guardado, esperando y buscando el momento y la persona adecuada para realizar el relevo y esa persona eres tú y ese momento es ahora.
--¿Pero por qué yo? ¿Por qué ahora?
--Vengo observándote mucho tiempo y he llegado a la conclusión de que eres la persona idónea, por tu valía, por tu honestidad y tu juventud, Se que se acerca mi fin y no puedo consentir que lo que te voy a dar, caiga en otras manos no merecedoras de poseerlo.
--Pero ¿Qué es?
--Pasa dentro, no es aconsejable dártelo en la calle pues nadie debe saberlo, ni que yo te lo he dado, ni de que se trata.
Elisa Ruano Berruezo entró tras el anciano y en medio de la relojería se quedó quieta, expectante.
El anciano relojero se dirigió a la caja fuerte que tenía disimulada en un rincón y sacó un objeto no muy grande, no muy pesado, no muy llamativo. Era una caja de madera sencilla y alargando las dos manos con la caja entre ellas, se la dio a la niña con mucha solemnidad. Ella al recibir en sus manos el objeto, llena de curiosidad quiso abrirlo pero el viejo se lo impidió diciéndole.
--Antes de que lo veas, quiero explicarte algunas cosas relativas a el objeto, lo debes cuidar con esmero, no consientas que nadie lo toque y si es posible, que nadie lo vea y por encima de todo, no reveles el misterio que guarda en su interior y que luego te contare.
--Confieso que estoy asustada, comentó la niña.
-- Puedes abrirlo ya.
Elisa llena de emoción abrió la caja y en su interior había un reloj de sobremesa, era bonito pero preguntó al instante.
--¿Dónde está el misterio? ¿Dónde está el secreto?
El anciano indicó a la niña que se sentara para escuchar todo más cómodamente.
Comenzó por decirle que él lo recibió a la misma edad que ella, con catorce años, se lo dio un carbonero que vivía en su pueblo y que le conocía bien, le explicó todo el secreto que encierra, como él se lo iba a explicar ahora.
--Este reloj tiene el poder de adelantar el tiempo, siempre que muevas las manecillas adelante, el tiempo pasará rápidamente adecuándose a la hora, al día y al año que tú hayas adelantado, pero no puedes ni debes hacerlo hacia atrás, pues eso sería el fin, tanto del tiempo como del mundo, el pasado es un tiempo vivido y consumido, una etapa vencida, todo el pasado está contenido en el recuerdo y en el olvido de las gentes que lo vivieron y eso no se puede resucitar.
Elisa Ruano Berruezo atrajo el reloj hacia su pecho y solo supo decir, turbada como estaba.
--Muchas gracias.
Se lo llevó a su habitación y lo escondió entre las ropas. Así lo tuvo varios días, pensando en todo lo que le había dicho el relojero anciano y cuando se enteró de que había muerto, un estremecimiento frío recorrió su cuerpo. Era ella sola la propietaria del secreto, nadie más sabía el poder del reloj al haber faltado el anciano y esta circunstancia la llenó de responsabilidad y de temor.
Pasado un año, decidió sacar el reloj de su escondite y probar su poder, comprobar si era cierto todo lo que el viejo le dijo, solo lo sabría si tenía el valor de adelantar unas horas las manecillas y esperar los resultados. Con el corazón palpitando desbocado y la sangre apretándole las sienes, a las seis de la tarde adelantó seis horas las manecillas y al instante, se hizo de noche, el sol había desaparecido y la penumbra de la noche se había hecho dueña de todo. Su familia lo vio como normal, no se percataron del súbito cambio y todos siguieron como si nada hubiera ocurrido.
Elisa se dio cuenta de que el mundo estaba en sus manos, de que tenía el poder de adelantar el tiempo a su antojo y el peligro de destruirlo todo si lo hacía retroceder.
Pasaron las horas, le producía tal impresión la responsabilidad, que se sumergió en un estado de abatimiento, se sentía desfallecer a cada instante y se tumbó en la cama, comenzó a controlar las emociones y poco a poco se fue durmiendo.
La despertó sobresaltada un sonido penetrante y continuo, pudo a duras penas recobrar la conciencia del momento y del lugar, era el despertador que sonaba anunciando la hora de levantarse, lo apagó, comprendió que este reloj era el protagonista de esta historia vivida, se arregló para acudir a sus obligaciones y al salir a la calle, al pasar por delante de la relojería, vio al viejo relojero en la puerta de su establecimiento y le saludó con la mano y con una cariñosa sonrisa.

22.5.08

ENTRE LA ESCRITURA


Cuando me voy a la cama para dormir, siempre leo un rato, me encanta leer unos minutos, unas cuantas páginas, hasta que el sueño me vence. En algunas ocasiones, se amontonan las líneas y pierdo el significado de lo leído, sigo leyendo con el pensamiento sin comprender nada y hasta pierdo la noción de todo. Pero introducirme en el libro (como me pasó la otra noche) no me había pasado nunca. Nada más entrar entre sus páginas, comencé a caminar entre sus líneas que eran calles, con sus edificios que eran palabras, pero tenía todo aquello una peculiaridad, era una ciudad fantasma, no había ninguna persona por allí.
Caminé por sus calles y travesías, llegue a sus plazas y callejones sin cruzarme con persona alguna. Visité sus jardines llenos de flores y signos, recorrí sus avenidas largas y amplias, repletas de significados y metáforas. Me detuve a descansar sobre un punto y coma y pase por debajo de muchos acentos, traspasé portales formados por admiraciones e intente introducirme entre varios flancos de interrogaciones sin responder a sus preguntas.
Al final de una gran avenida, desembocaba esta en una gran plaza-jardín repleta de versos hermosos, los espectadores de aquel concierto, eran multitud de palabras esperando su ocasión, las licencias métricas estaban muy atentas al comportamiento de las rimas, vigilando el número exacto de sílabas en cada verso, vi por allí sentada a la diéresis tratando de separar los diptongos en dos sílabas diferentes. Por el contrario, estaba la sinalefa tratando de unir la última silaba con la primera silaba de la palabra siguiente para formar una sola, si la ocasión lo requería.
Después del concierto de versos, me retiré buscando algún punto y coma o dos puntos para descansar y tropecé con algún que otro oxímoron despistado e incoherente pero jactancioso. Al torcer una esquina, me rodearon varios opúsculos que en conversación animada, cada cual, exponía sus razones en explicaciones breves y convincentes.
Cansado, me retiré buscando la salida que se había convertido en un laberinto dificultándome su ubicación. Entonces fue cuando empecé a encontrarme con los artículos, solitarios, sin los nombres comunes, (el, la, lo) se les notaba que buscaban a alguien que les era necesario. A continuación iban los adjetivos calificativos, orgullosos ellos, (espléndido, maravilloso, bello, valioso), algún grupo cabizbajo (triste, pesaroso, absurdo, desgraciado) detrás, los pronombres personales, militarmente, con poderío (yo, tú, nosotros ellos) y como si fuera una procesión, siguiéndoles, las preposiciones propias, sonoras, insultantes (ante, bajo, cabe, con contra, de, desde).
Cuando todos ellos pasaron, a cierta distancia, venían sin mucha prisa los adverbios de lugar, siempre con su misión informativa, como bedeles o guías turísticos (aquí, allí, ahí). Con ellos, los demostrativos, un poco acusadores (este, ese, aquel) y las contracciones con su tic nervioso (al, del) y cerrando el grupo, las conjunciones copulativas siempre alegres y dicharacheras (y, e, ni, que).
De repente salieron de todas partes, muchas letras y vocales que aún siendo estas solo cinco, se multiplicaban sin parar, para combinarse de forma asombrosa con las consonantes en sus lugares exactos, para convertirse en palabras y estas juntándose a la vez, unas con otras, en riguroso orden, expresaban pensamientos, ideas, historias reales y fantásticas, deseos y anhelos, de forma tal, que cuando encontré la salida de aquel laberinto, lo hice con el deseo de volver muy pronto y en muchas ocasiones.

25.4.08

LA SILUETA INDEFINIDA DE "RUFO"



Cuando disponía de algún tiempo libre, solía pasear por las orillas de aquel río extraño y bello. Muchas veces tenía que desviarme alejándome de él para salvar la oposición que me ofrecía el tupido bosque impenetrable y sombrío que se apelmazaba hasta la orilla misma del agua. Cuando esto ocurría, tenía que dar un rodeo para volver a su cauce.
Mi fascinación por aquel río era intensa de lo que entonces pudiera creer, en muchas ocasiones, en mis pensamientos se cruzaba (sin saber los motivos) su recuerdo y a continuación me asaltaba un deseo imperioso de correr a su encuentro. He de reconocer que sus sonidos son armoniosos, diría mas, melodiosos, con su ritmo que en un principio parecía monótono, pero en realidad, si prestabas la atención suficiente y con no mucho sentido musical, percibías los cambios rítmicos necesarios para satisfacer por el oído tu alma. Sentía una especie de atracción tal, que en muchas ocasiones llegué a asustarme pues era como si algo o alguien me llamara insistentemente para pedirme que acudiera a su lado.
Estando en una ocasión extasiado contemplando y escuchando aquel río, me pareció verle entre las ramas del follaje por primera vez, fue una masa imprecisa, mas bien una silueta indefinida que se movió en la espesura con gran rapidez, desapareciendo al ver que ponía mi mirada con insistencia en el lugar que ocupaba. Desapareció con la misma rapidez que apareció y no supe de quien o de que se trataba.
En aquel instante de aquel día, comprobé como todos los pájaros se habían callado repentinamente, hasta las aguas parecieron no sonar, los pájaros tan abundantes y escandalosos, al unísono dejaron sus trinos para otra ocasión que no tardó en llegar una vez repuesto del sobresalto. La brisa que también participó con su quietud, se restableció moviendo las hojas del suelo en un baile repentino e indeciso.

Curioso acudí al lugar en el que apareció la silueta y recorrí sus alrededores buscando al personaje que creía fuera un pescador o cazador, pero mi búsqueda fue infructuosa, no había nadie y era imposible que hubiera desaparecido sin ser visto al cruzar o huir por el claro existente detrás del bosque. Llegué a pensar que pudiera ser una visión mía errada por culpa de los rayos del sol entre las ramas de los árboles.
Pasado un tiempo lo volví a ver, su aparición fue fugaz como la vez anterior, pero pude apreciar mas detalles sobre aquel personaje, porque era sin duda un personaje, con una cabellera hasta los hombros y una barba bastante grande que le tapaba casi la boca, el pelaje era grisáceo y algo alborotado, de una forma tal que era fácil de recordar. El sobresalto no fue tanto como la primera vez y decidí indagar si moraba alguna persona por los contornos con esas características.
Los resultados de las indagaciones fueron de distinta índole, la mayoría no daba ninguna razón, ni siquiera habían visto en su vida a alguien así, pero una persona bastante mayor, si dijo recordar a alguien con esa fisonomía que yo relataba, dijo que hacía unos sesenta años aproximadamente hubo un juicio y condena de un hombre llamado “Rufo” por asesinato y violación de una niña de quince años precisamente en el río, en aquel lugar donde yo decía haberle visto.
Decidí buscar en las hemerotecas las noticias de aquel crimen horrendo, cuando las encontré, quedé asombrado pues en la fotografía del asesino aparecía el personaje visto por mi en el río, denominándolo con el nombre de “Rufo”
Consulte con un amigo mío abogado criminalista y me prometió estudiar el caso, pidió los informes y al cabo de un mes, me reuní con él. Resultaba que aquel juicio estaba lleno de irregularidades, no habían pruebas convincentes de que el acusado “Rufo” fuera el asesino y parecía ser, que las autoridades de entonces deseaban y necesitaban un culpable para aplacar las iras del pueblo que demandaban justicia.

Todo se llevo a cabo como contaban las crónicas y el olvido fue invadiéndolo todo lentamente hasta desaparecer de las mentes convencidas y no tan convencidas.
La tercera vez que le ví, no desapareció tan rápidamente, me sostuvo la mirada y sacando un trozo de periódico de una especie de bolsillo, lo prendió en las ramas de un arbusto antes de irse, era como un mensaje que me mandaba, me precipité a por el trozo de periódico comprobando que se trataba del mismo de la hemeroteca con la noticia de su ajusticiamiento, pero cosa curiosa, había subrayado el nombre de un allegado a la familia de la victima y con una flecha debajo señalando el nombre, con unas letra escritas a mano que decían “fue este”.
Se apodero de mí las ansias de poder aclarar el caso y se lo encargue a mi amigo el abogado quien con gran profesionalidad logró desarchivar el caso, conseguir un nuevo juicio y con las pruebas científicas actuales desmontar la trama acusadora contra “Rufo” y abrir una investigación sobre el personaje marcado con la flecha por la silueta indefinida de “Rufo”.
Los resultados fueron sorprendentes, el condenado y ejecutado fue absuelto de todos los cargos, poniéndose en marcha los dispositivos necesarios para redimir su honor y nombre (su vida no pudieron devolvérsela).
Resultó ser el asesino aquel otro que la silueta imprecisa mencionó con la flecha, pero como estaba fallecido, se cerró el caso quitando la honra de su nombre y su recuerdo.

Satisfecho, volví a las orillas del río muchas veces y quiero confesar que deseaba que se apareciera, que de alguna forma me demostrara su gratitud, mas en si por el hecho de ser quien es, que por recibir parabienes de alguien que ya no existe. Cuando apareció, lo hizo de una manera estática, permaneció frente a mi unos minutos aguantándome la mirada y me pareció vislumbrar entre sus barbas una especie de sonrisa que me llenó de alegría. No le he vuelto a ver nunca más.

LA TIENDA



En la calle donde vivo, según vienes desde la plaza, en la cuarta travesía a la derecha existe una tienda muy particular. Es una calle antigua con árboles que al entrar en ella entras también en la nostalgia de otros tiempos pasados, no sabes bien los motivos, pero te invade esa melancolía que todos llevamos en nuestro interior y que aparece cuando menos te lo esperas.
La tienda en cuestión, vende artículos impredecibles, inexplicables y misteriosos. Puedes pedir desde una añoranza hasta una media realidad, se puede solicitar algunos momentos inoportunos que hayas vivido, situaciones embarazosas casi olvidadas e improperios recibidos que en algún momento te hicieron perder el sueño. Flaquezas antiguas que hoy nos hacen sonrojar al recordarlas, promesas incumplidas, actuaciones nada fieles a los que considerabas tus allegados, deseos inconfesables que en su momento nos hicieron perder la razón. También te pueden proporcionar recuerdos agradables que por la erosión del tiempo y la memoria están en el límite del olvido.
Puedes pedir el recuerdo de una amistad lejana que ni siquiera sabes si existe, y de aquella visión desde la montaña con el inmenso valle a tus pies como si fueras el rey del mundo, de aquel sonido en aquellos labios al pronunciar tu nombre en aquel momento sublime, del rumor de aquel arroyo cristalino y melodioso en aquella excursión que tanto te gustó. De ese sol que en tu juventud, entrando por la ventana te despertaba inoportuno y del olor a pan tostado recorriendo todas las estancias de la casa por la mañana temprano, y del trino de los pájaros que al despuntar el alba, inquietos y guerreros dirimían sus diferencias luchando por sus hembras. Puedes solicitar el recuerdo de aquel gallo, ¿Cómo podía olvidarme de aquel gallo? que aun no habiendo hecho su aparición la luz del día, ya estaba cantando altanero el dominio de su territorio.

Todo esto y mucho mas, venden en esta tiendo que te menciono. No solo recuerdos olvidados o casi, también te pueden proporcionar ilusiones no conseguidas a lo largo de tu vida, o pueden lograr que aquella decisión que tomaste en aquel momento (nada oportuno por cierto) se pueda rectificar y tomar la que rechazaste, con todas las consecuencias que ello pueda acarrear. Son capaces de proporcionarte aquel vestido que tanto te gustaba y no te pudieron comprar en su día, o aquellos zapatos que no tuviste y que permanecieron durante mucho tiempo en tu mente de noche y de día.
Puedo asegurarte que no es caro lo que te venden si recapacitas minuciosamente sobre la mercancía que te ofrecen, sobre las oportunidades que te deparan, hay cosas que su valor es incalculable. Solo te piden mucha sinceridad, mucha honestidad, valentía, y rectitud, a cambio ella, (una especie de hada) exige ausencia de responsabilidad, bien sea por alegría o tristeza, la historia la pusimos nosotros.
No se admiten devoluciones ni cambios bajo ningún concepto y si algo no coincide con lo que uno hubiera querido que fuera y ahora no lo es, hay que pensar que todo es pura casualidad, pura coincidencia y en resumidas cuentas pura ilusión.