13.5.09

Carta a un amigo de la infancia que ni recuerdo su nombre


Querido amigo:
Como casi siempre que te escribo, mi memoria viaja en sentido contrario de la vida y me introduzco en el revuelto mar de los recuerdos.
Yo tengo cosas que digo ser mías. Mías porque yo las quiero, mías porque deseo que permanezcan siempre en mi memoria, de nadie más, por eso no las suelo contar.
Recuerdo constantemente aquel momento que revolucionó mis ideas aún confusas y que he pretendido seguir conservando hasta estos días, cambiando por supuesto muchos matices.
Es mío, aquel impreciso y lejano Otoño lánguido que me descubrió la melancolía y la tristeza y luego, desnudos los árboles, la paz interior, y la lluvia de aquellas fechas en que todo lo envolvía de gris y blanco, húmedo y triste durante unos días y luego nos regalaba la esperanza con un radiante sol de alegría infinita.
Es mía la rabia y la impotencia en aquellas ocasiones que no pude resolver o paliar, bien por edad, bien por falta de formación y sabiduría.
Son míos los recuerdos de los amigos de la infancia (entre los que te encuentras tú) con los que compartí juegos, proyectos y deseos que casi ninguno se materializó.
Hay un abismo entre lo que soñaba y lo que pretendía, pero era mía y solo mía la confusión, equivocado o no, viví aquellos momentos, unas veces con euforia de triunfo y otras con decepción de las derrotas o fracasos, pero siempre envuelto en una nube de deseos imparables que me hicieron tropezar en las mismas piedras (fueron buenas enseñanzas).
Carecí de muchas cosas (según se mire), pero tuve muchas otras que hoy valoro de otro modo.Las batallas que combatí en todos los frentes, casi siempre fueron derrotas (es lo que pienso ahora), pues suponía victorias que de algún modo no le eran. La alegría de esos triunfos, poco a poco los fui apreciando a la inversa, como si lo de arriba, lo pusiera abajo y es que la riqueza de lo conquistado, con los años cambia de valor y te arrepientes de haber luchado por cosas que no merecían la pena (hoy lo sé) y haber permanecido impasible ante lo que (hoy lo sé) tenía valor.
Cuando rememoro desde el umbral de una nueva vida los tiempos idos, acuden a la mente con insistencia melancólica ¿Pero dónde esta aquel corazón tonto que entonces sabía sufrir por tales cosas?¿Dónde reside aquel ímpetu luchador irreflexivo, que se lanzaba al combate ciegamente sin medir las consecuencias?
Me queda el consuelo de no haberme quedado quieto y hoy estar preguntándome constantemente que hubiera pasado de haber permanecido inmóvil.
Lo años cambian mucho los ímpetus y van borrando lentamente los recuerdos y hasta los nombres de los que junto a mi, vivieron aquellos momentos.
Recibe un abrazo de quien aún no sabiendo tu nombre, no te olvida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha gustado mocho