La niña, entre la opacidad que daban sus ropajes con jirones, brillaba con una luz injustificada, una luz mirada con ojos deseosos de ver, lo que no ven los ojos que no quieren mirar. Ella miraba a unos y otros esperando alguna justificación de lo inaceptable, de lo insólito, de lo vergonzante. Nadie captó el interrogante mensaje, ni recibió la información luminosa que reflectaba la niña.
Le pregunté de donde era y miró al cielo, me interese por los suyos (dónde estaban) y miró al suelo. No jadeaba en su llanto, hacía mucho tiempo que nadie deparó en sus gemidos, sólo alguna lágrima, en su luminosidad, brillaba al deslizarse por sus mejillas. Con llanto mudo y temblor en sus sollozos, nunca captó oyente alguno que supiera descifrar sus peticiones. Yo también erre en el planteamiento, quise darle algunas monedas pero no las acepto. Anteponía lo estrictamente sentimental a lo material, estaba necesitada de algo más etéreo, más irreal y más reconfortante que todo el oro del mundo.
Un día, ya no la vi, no estaba en el lugar habitual donde demandaba (según la gente) sus incongruencias, y recordé que al preguntarle de donde era, miró al cielo y deposité mi mirada en él. Era cierto lo que dijo, allí estaba aquella estrella luminosa que nunca antes había visto.
Le pregunté de donde era y miró al cielo, me interese por los suyos (dónde estaban) y miró al suelo. No jadeaba en su llanto, hacía mucho tiempo que nadie deparó en sus gemidos, sólo alguna lágrima, en su luminosidad, brillaba al deslizarse por sus mejillas. Con llanto mudo y temblor en sus sollozos, nunca captó oyente alguno que supiera descifrar sus peticiones. Yo también erre en el planteamiento, quise darle algunas monedas pero no las acepto. Anteponía lo estrictamente sentimental a lo material, estaba necesitada de algo más etéreo, más irreal y más reconfortante que todo el oro del mundo.
Un día, ya no la vi, no estaba en el lugar habitual donde demandaba (según la gente) sus incongruencias, y recordé que al preguntarle de donde era, miró al cielo y deposité mi mirada en él. Era cierto lo que dijo, allí estaba aquella estrella luminosa que nunca antes había visto.
1 comentario:
Siempre sabemos lo que los niños quieren, pero casi nunca lo que desean. Un relat tierno para pensar.
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